¿Qué sería de Chile sin Chiloé? ¿Qué sería de nuestro país sin la magia y la mitología de la Pincoya, el Trauco, el Invunche o el Caleuche? ¿Sin los palafitos de Castro, sin las iglesias de Chonchi, Achao o Dalcahue? Chiloé ha sido parte importante en la creación de una imagen nacional, en la construcción de un ideario, Chiloé ha sido la amalgama para unir norte, centro y sur. Chiloé es Chile, el corazón de Chile está en Chiloé. Nadie puede imaginar a nuestro país sin los sabores del curanto, el chapalele o el milcao o sin la experiencia comunitaria o solidaria que significa la minga. No hay chileno bien nacido que no tenga en su memoria afectiva canciones como "Gorro de lana" o "Corazón de escarcha".
En enero de 2026 se cumplen 200 años de la incorporación del Archipiélago al territorio chileno por medio del Tratado de Tantauco y, a propósito de este magno evento, el Senado aprobó esta semana un proyecto de acuerdo que, de manera transversal, le pide al Gobierno del Presidente Boric la mayor de las coordinaciones entre los distintos ministerios con el Programa Bicentenario Chiloé 2026, las obras a considerar, la destinación de recursos fiscales a tal fin y la inclusión de toda la comunidad.
Cuando Chile cumplió 100 años se construyeron obras monumentales como la Biblioteca Nacional o la (hoy) Estación Mapocho. El bicentenario de la incorporación de Chiloé es la oportunidad que el Estado de Chile tiene para pagar una deuda que tiene con estas islas y la provincia. La postergación histórica en materia de integración vial, económica, de salud, educación y de seguridad pública es una carga que arrastra como una vergüenza histórica.
Chiloé nos ha aportado héroes nacionales como el almirante Galvarino Riveros o figuras de las letras inmortales como Francisco Coloane o la poetisa Teresa Bórquez. Su enorme tradición se merece algo más que magia, se merece obras que signifiquen progreso y bienestar. Que los 200 años signifiquen una nueva forma mirar al futuro y no solo el permanente homenaje al pasado.