Me crié y estudié en La Pintana (RM), en una familia de ocho hermanos. Estudié en el Colegio Cardenal José María Caro de la Fundación Belén Educa, donde tomé la especialidad de técnico profesional en Administración. Al finalizar la enseñanza media, ingresé a la educación superior y me di cuenta de que mi formación escolar me preparó para el desafío. Me sentía más adelantado que mis compañeros e incluso en algunas asignaturas sabía lo mismo o más de lo que me enseñaban.
La educación TP me abrió la mente y el mundo. Conocí nuevas oportunidades, desarrollé habilidades y competencias que me han abierto puertas, me dio formación específica, me vinculé al mundo laboral antes de lo esperado y me entregó flexibilidad para formarme según mis intereses. La gratitud me impulsó a volver al lugar donde todo comenzó: hoy enseño administración en el mismo colegio donde estudié y a jóvenes sentados en las mismas salas donde yo crecí. Veo el avance de mis estudiantes, quienes son los futuros profesionales del país, y también entrego un granito de arena para que se conviertan en agentes de cambio.
Sin embargo, como profesor de especialidad y parte del Programa Enseña Chile, aún soy testigo del estigma social que enfrenta la educación técnico-profesional. Lamentablemente para algunos sigue siendo una opción menos válida que la formación científico-humanista o tienen la creencia de que no nos preparan para la PAES o la educación superior. Mi historia y las de mis estudiantes son prueba de lo contrario: este año varios ingresaron a las mejores universidades e institutos y algunos alcanzaron altos puntajes en la prueba de acceso a la educación superior. Además, el impacto de la formación TP puede ser profundo y significativo, proporcionando habilidades específicas y concretas que los preparan para enfrentar el mundo laboral y aportar al desarrollo económico y social del país. Preparamos personas para resolver problemas reales, realizar proyectos y, sobre todo, dispuestos a trabajar en equipo.
Por otro lado, sigue como tarea pendiente la inversión de recursos para mejorar la infraestructura y la compra y mantención de equipos, materiales y herramientas. Además, es necesario llevar a cabo una actualización curricular para que las y los estudiantes lleguen a la vida profesional con los contenidos y habilidades que el trabajo les exige.
Estos desafíos requieren de la acción conjunta entre sistema educacional, empresa y sociedad. Solo la colaboración en torno a un objetivo común permitirá acercar oportunidades y formar a los líderes que Chile necesita.