Al leer distintos informes del Ministerio de Educación u otros de organismos universitarios pareciera que este año, respecto a la PAES, todo está más o menos parecido o mejor que el año anterior, considerando el número de estudiantes que la rindieron, que aumentó levemente. Es cierto que la PAES pareciera un buen instrumento y que la forma de aplicación también, sin embargo, evidencia que algo no está bien respecto a los aprendizajes previos de los estudiantes.
Al respecto, el ministro Cataldo expresó en los medios que la prueba no resuelve brechas ni tampoco entrega información respecto a la calidad de la educación, porque no es su propósito; si bien esto puede ser correcto, se constituye en un instrumento que permite relacionar tipo de establecimientos y puntajes obtenidos y detenerse en aquello para a lo menos reflexionar en tres sentidos: primero, ¿en qué tipos de establecimientos están ubicados los mayores y menores puntajes?, ¿por qué?; segundo, ¿cuál es el sentido de aplicar una prueba de ingreso a la educación superior si las condiciones de inicio son desiguales? Y, tercero, ¿dónde ingresan los mayores y menores puntajes?, ¿por qué?
El generar las oportunidades para que se supere esa dificultad de un comienzo marcado por las condiciones de nacimiento, sociales, económicas y culturales es necesario. Se trata de generar en las escuelas de todo tipo, los tiempos, los espacios, para que cualquiera tenga la posibilidad de participar en igualdad de condiciones. Todo proyecto educativo, entonces, no debiese aspirar a la igualdad, sino más bien iniciar en igualdad. Si los proyectos educativos no parten de esa igualdad replican tejidos sociales que se tienen como sociedad, pero sabemos que esto debe traducirse en la generación de tiempos y espacios que posibiliten abrirse al mundo, un estar en el mundo saliendo de aquel que le tocó por nacimiento para abrirse a la multiplicidad de formas y diferencias a través de cuestiones que apasionen, de indagaciones, conversaciones colectivas e individuales que permitan el acto amoroso de construirnos en nuestras singularidades y quebrar destinos de origen.
En ello, sin duda, hay un acto de justicia y de responsabilidad social porque de algún modo hay que salir de los aprisionamientos de las generalizaciones y de las réplicas de un sistema social normalizado donde se siguen evidenciando brechas entre unos y otros.