Columna de opinión

La forma de hacer y entender la política ha ido mutando conforme el país se ha adaptado a nuevos procesos. Es normal, las personas van accediendo a mayor información y con ello demandan, exigen y esperan más de sus representantes locales o nacionales. Mientras que ellos, los representantes políticos, van mediando sus discursos de manera de acercarse lo más posible a lo que esperan sus electores. En paralelo, surgen nuevos rostros en la escena política y se abre camino a las transformaciones muy propias de los países en desarrollo. Hasta aquí todo bien, el problema aparece cuando los cambios van acompañados de discursos inescrupulosos, desinformación, populismo y superioridad moral.

Estamos todos de acuerdo en que la política y los políticos deben renovarse; la forma correcta de hacerlo es a través de procesos democráticos que involucre a toda la comunidad -o a la mayoría- una buena oportunidad es a través del sufragio en las distintas elecciones nacionales, instancia en la que todos somos iguales porque nuestro voto tiene el mismo valor. A juicio personal, lo que se ha ido gestando en Chile los últimos años es todo lo contrario a lo que acabo de exponer. El clima se enardeció a tal punto que para un grupo de la población todo parece estar mal, con base en discursos que se han construido de manera engañosa.

No siempre se puede hablar de situaciones unidireccionales, en la que un sector de la clase política es el responsable de todo lo bueno, y otro sector es responsable de todo lo malo que le sucede al país. En este punto quiero detenerme, parece ser que, desde un tiempo a esta parte, se han desvalorizado las políticas públicas implementadas en Chile las últimas décadas, puesto que se instaló en nuestra sociedad un discurso rupturista que en muchos casos ha sido de odio y rechazo frente a una realidad que a todas luces trajo buenos momentos para el país. La cuestión es que aquellos que lo instalaron no han medido consecuencias al extremar las posiciones.

blanco o negro

Hoy para gran parte de la población nacional, la política y los políticos están divididos entre "buenos" y "malos", "corruptos" e "inocentes", lo "nuevo" y lo "viejo", situación que en la práctica no puede estar más alejada de la realidad, porque -como en la vida misma- nada es blanco o negro, pero que nos tienen de cara a una segunda vuelta presidencial sin precedentes, en la que han quedado fuera los bloques centristas que lideraron Chile los últimos 30 años.

Es cierto, muchas veces como políticos nos enfrentamos a situaciones que se escapan de lo planeado, con consecuencias negativas para los ciudadanos o no tan positivas como desearíamos, pero ello no se relaciona con el deseo de provocar daño; no obstante, pareciera que solo eso queda en el inconsciente colectivo cuando declaraciones irresponsables se hacen presentes. Así, nos enfrascamos en discusiones cargadas de resentimiento, en las que es imposible avanzar. Desafortunadamente es una mezcla letal para el desarrollo de las comunidades.

Si de esto se trata la "nueva" forma de hacer política, no me queda claro si efectivamente podrá conseguir el objetivo de asegurar bienestar a las y los chilenos. Lo digo para ambos lados: los cambios y las transformaciones sociales son urgentes, pero más urgente es hacerlo progresivamente, en armonía y consensuando posiciones; esta será la única manera de lograr avances sin que ello signifique un daño irreparable en nuestra sociedad.