Museo Marítimo Nacional: en el paseo que se congeló al tiempo
Noviembre es su mespeakde público. Por eso, te presentamos un panorama para que te dejes llevar por la historia y la alta mar de quienes hicieron Patria. Un recorrido por las instalaciones de un emblema cultural de Valparaíso, y Chile.
Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso
Para algunos, son solo un montón de ruinas o recuerdos que no se pueden -ni deben- tocar. Más crudo aún: la evidencia de que todo tiene su final. Como las inanimadas figuras de cera, esas que simulan vida donde no la hay.
Por otra parte, visitar un museo es, antes que nada, aquel ejercicio que nutre de cultura. Y llena el alma del curioso por vocación. Dejarse cautivar ante aquella fría belleza de los objetos, acontecimientos y personajes que allí yacen, congelados. Un canto a la permanencia y prolijidad. En el tiempo.
En estos sitios, donde supuestamente nunca pasa nada -pero a la vez ha pasado todo- los secretos se desvelan. Y perciben.
Y algo de eso proyecta un sitio enclavado en las alturas del cerro Artillería, en Valparaíso. Justo al lado de su histórico ascensor, solo basta dejarse llevar por el pintoresco Paseo 21 de Mayo y aventurarse en las entrañas de aquella enorme fachada de 5 mil metros cuadrados (solo en exhibición) salpicada al blanco inmaculado. Como un buque insignia que invita a todos a bordo. Dejarse timonear por la aventura de ser parte de una pinacoteca cargada a las epopeyas.
Aquí, en el Museo Marítimo Nacional, no hay lugar que no sugiera ser explorado. Trozos de reliquias, fragmentos invaluables, maquetas a escala. Aclaramos: usted no tendrá que abrirse paso a codazo limpio con cuanto japonés se le atraviese. Tampoco será embestido por una jauría autómata doctrinada a las selfies.
De entrada, la mirada se posa arriba, milímetro a milímetro, en esos techos altos. En algún rincón, la humedad que ha hecho saltar el yeso de alguna moldura, incluso cautiva. En el segundo piso, al deslizar pasos, su crujir en las tablas transporta al preámbulo de salones y vitrinas que evocan una atmósfera cargada a leyenda.
Salas icónicas
El museo está lleno de puertas, y nuestra guía -también relacionadora pública- Karen Villarroel sabe a dónde lleva cada una. "Es un lugar increíble, que agrupa (de los pocos en el país) buena parte de nuestra historia nacional", aduce orgullosa.
Así nos lanzamos en su viaje. Esta puerta, por ejemplo, conduce a la sala O'Higgins: conservan la espada original de Bernardo O'Higgins, como regalo, que se cree, fue obsequiada del general Manuel Bulnes. A continuación, deslumbran piezas de la familia Carrera.
Luego, la sala Glorias Navales: hablamos de Chile y sus históricos personajes respecto al Pacífico. Y un elemento estrella: el mascarón de proa de grandes dimensiones (con 2.30 metros de largo) perteneciente a un buque escuela que tuvo la Marina, la Lautaro. "Llama mucho la atención de los turistas y visitantes", corrobora Villarroel, quien se maneja en estos pasillos como turistas en busca de tesoros.
A propósito, el museo al año -en promedio- registra 100 mil personas. Entre esos, un alto porcentaje corresponde a escolares, lo que los alegra. En noviembre, la cifra de visitantes se dispara: 500 personas al día.
Además, han logrado un incremento de turistas, sobre todo los que llegan en crucero, ahora que comenzó la temporada. Y muchos brasileros. A continuación, y ya por cuenta propia, la sala de Los Vitrales. ¿Gracia? Al interior cambia de tonalidad a medida que la luz diurna rota, como un bello caleidoscopio que seduce con su colorido prisma. Por algo la ocupan en conferencias y lanzamientos.
A pocos pasos, resalta la sala del Almirante Cochrane, personaje clave para el nacimiento de la Marina criolla. Si no lo sabe, Lord Cochrane, aquel 'lobo inglés de los mares' fue inaugurador del concepto "patrimonio" en nuestro país. De hecho, dejó como legado sus pertenencias que aquí lucen, como un par de pistolas y una caña de pescar.
También se aprecia una colección de impecables maquetas que se hicieron para el museo. Obras de maquetistas, como las del destacado modelista Eugenio Dazzarola. Y un retrato regalado por Pedro II, emperador de Brasil, al blindado Almirante Cochrane, que participó en la independencia del país de Pelé cuando este era un imperio ligado a la corona portuguesa.
Siguiendo la ruta, asoma la sala Blanco Encalada. Prócer de la Armada, intendente de Valparaíso y presidente de la Patria (reemplazó el cargo de director supremo). De allí los objetos en honor.
Tal como otra sala, la Portales y un detalle que eclipsa: la esfera del reloj de la intendencia porteña, y que admiraba el ilustrador y cronista Lukas. Por cierto, dicho cronógrafo tenía un agujero de bala recibido durante el bombardeo a Valparaíso, en 1866 (Guerra Hispano-Sudamericana). Itinerante en Santiago, la esfera volvió a la ciudad puerto recién en 2014. Algo, guardando proporciones, que recuerda a aquella disputa entre Grecia e Inglaterra por el friso del Partenón de Atenas.
Esfera y acorazado
"Ese reloj es un objeto bien pesado; con el personal del museo tuvimos la misión de tomarlo, subirlo por el andamio y finalmente colgar esta esfera", la voz es ahora de Eduardo Rivera Silva, curador de las colecciones patrimoniales del museo. Como una enciclopedia viviente, su labia nos enriquece con datos. Él aquí hace todo el trabajo de registro. También los documenta para luego interpretar científicamente. "Sacarle partido a lo que tenemos, saber que nos falta y que puede aportar para la historia marítima", enfatiza con sapiencia.
Si nos adentramos en las salas alusivas a la Guerra del Pacífico, allí anclan a la vista un mural de la batalla triunfal frente a Perú y Bolivia del renombrado artista Guillermo Valdivia. También -con heridas de guerra y hoyos de bala al fino bordado- el estandarte del batallón cívico de artillería naval, conocido como Los Navales, unidad formada, nada menos, que por los trabajadores portuarios de Valpo.
La sala Prat es la más grande de todas, con 250 metros cuadrados y seis metros de altura. Imponente. Aquel austero abogado que tuviera un bufete en barrio Puerto y luego hiciera mito a la mar, como fue Arturo Prat, posee aquí su uniforme de guardia marina que luciera a sus 16 años. También un frasco de la enfermería que le perteneció. Además, se distingue un detalle que haría las lágrimas del devoto histórico: el reloj de la corbeta Esmeralda que a 12.10 horas aún marca la hora de su hundimiento.
Allí está el aporte de un mecenas del museo, Mauricio Sanzana: dos maquetas de gran formato y a la misma escala alusivas a la Esmeralda (más grande en dimensiones) y el Huáscar.
A un costado de las salas, tras un amplio patio, cuentan con el Archivo y Biblioteca Histórica de la Armada, a su vez dependiente del Museo Marítimo Nacional. Raimundo Silva es su bibliotecólogo. "Acá tenemos textos y obras que se preservan y difunden el patrimonio y la memoria histórica marítima del país", dice.
Desde la terraza
Ya en el segundo piso del Museo Marítimo Nacional, asoman una serie de salas temáticas: retratos de marinos, como el almirante José Brito. También el Piloto Pardo y su rescate a la expedición Shackleton a la Antártida; los almirantes Manuel Montt, Gómez Carreño y Juan José Latorre (clave en la diplomacia frente a Argentina por disputa limítrofes).
En un escritorio, entre papeles y nuevas adquisiciones, encontramos sumergido a Marco Fernández, profesor de historia y jefe del Departamento de Museología. Para él, esta institución "es clave para el legado a las futuras generaciones".
En tanto, la sala del Cabo de Hornos, gusta al turista, como a Sebastián y Luciana que vienen de Argentina: "Es realmente lindo este lugar. ¡Y qué bien mantenido!". En la sala de Exposiciones Temporales dan cabida al concurso de modelismo naval escolar -único a nivel latinoamericano- bajo la Universidad Andrés Bello.
Otras salas en la bitácora del visitante: la del Pirata, Infantería de Marina (armas, uniformes) y Club de Modelismo Naval (aquí funciona su sede), que consta de un arte milenario que incluso se realizaba como actividad en el antiguo Egipto.
Finalmente, en diciembre del año pasado, inauguraron una sala que la rompe en el libro de visitas: la del Acorazado Almirante Latorre. Un esfuerzo mancomunado de particulares (y oficiales de la reserva naval) con aporte de la Fundación Mar de Chile. Y otra joya, como para recalar a puerto tras este recorrido con la sonrisa de oreja a oreja: los 9 metros de la maqueta del acorazado Latorre a escala más grande del país.